El 6 de agosto y el segundo domingo de Cuaresma la Iglesia Católica celebra la fiesta de la Transfiguración de Nuestro Señor, también llamada Divino Salvador, en la que se recuerda la escena en que Jesús, en la cima del monte Tabor, se aparece vestido de gloria, hablando con Moisés y Elías ante sus tres discípulos preferidos, Pedro, Juan y Santiago.

La Transfiguración. Giovanni Bellini, 1480.

La Transfiguración. Giovanni Bellini, 1480.

La fiesta de la Transfiguración del Señor se venía celebrando desde muy antiguo en las iglesias de Oriente y Occidente, pero el papa Calixto III en 1457 la extendió a toda la cristiandad para conmemorar la victoria que los cristianos obtuvieron en Belgrado, sobre Mahomet II, orgulloso conquistador de Constantinopla y enemigo del cristianismo, dicha noticia llegó a Roma el 6 de agosto.

La figura del Divino Salvador se relaciona con la victoria europea cuando los otomanos atacaron a Belgrado en 1456, donde el ejército cristiano bajo el comando de Juan Hunyadi defendió con éxito la ciudad.​ El Papa Calixto III dijo que en Belgrado se había «salvado el mundo», y ordenó la construcción de iglesias al Divino Salvador del Mundo. Cuarenta años después Cristóbal Colón, nombró San Salvador a la primera tierra que toco y ocupó, en las Bahamas al norte de Cuba.

Lo que narra el Evangelio

La transfiguración de Jesús, está narrada en los evangelios sinópticos según San Mateo,​ San Marcos​ y San Lucas.

Narra el santo Evangelio (Lc. 9, Mc. 6, Mt. 10) que unas semanas antes de su Pasión y Muerte, subió Jesús a un monte a orar, llevando consigo a sus tres discípulos predilectos, Pedro, Santiago y Juan. Y mientras oraba, su cuerpo se transfiguró. Sus vestidos se volvieron más blancos que la nieve y su rostro más resplandeciente que el sol. Y se aparecieron Moisés y Elías y hablaban con Él acerca de lo que le iba a suceder próximamente en Jerusalén.

Pedro, muy emocionado exclamó: -Señor, si te parece, hacemos aquí tres campamentos, uno para Ti, otro para Moisés y otro para Elías.

Pero en seguida los envolvió una nube y se oyó una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo muy amado, escuchadlo”.

El momento de la transfiguración

Se celebra en un momento muy especial de la vida de Jesús: cuando muestra su gloria a tres de sus apóstoles y nos deja un ejemplo sensible de la gloria que nos espera en el cielo.

Un poco de historia

Jesús se transfiguró en el monte Tabor, que se encuentra en la Baja Galilea, a 588 metros sobre el nivel del mar. Este acontecimiento tuvo lugar, aproximadamente, un año antes de la Pasión de Cristo.
Jesús invitó a su Transfiguración a Pedro, Santiago y Juan. A ellos les dio este regalo, este don.

Esta tuvo lugar mientras Jesús oraba, porque en la oración es cuando Dios se hace presente. Los apóstoles vieron a Jesús con un resplandor que casi no se podía describir con palabras: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos eran resplandecientes como la luz.

Pedro quería hacer tres tiendas para quedarse ahí. No le hacía falta nada, pues estaba plenamente feliz, gozando un anticipo del cielo. Estaba en presencia de Dios, viéndolo como era y él hubiera querido quedarse ahí para siempre.

Los personajes que hablaban con Jesús eran Moisés y Elías. Moisés fue el que recibió la Ley de Dios en el Sinaí para el pueblo de Israel y por lo tanto representa a la Ley. Elías, por su parte, es el padre de los profetas. Moisés y Elías son, por tanto, los representantes de la ley y de los profetas, respectivamente, que vienen a dar testimonio de Jesús, quien es el cumplimiento de todo lo que dicen la ley y los profetas.

Ellos hablaban de la muerte de Jesús, porque hablar de la muerte de Jesús es hablar de su amor, es hablar de la salvación de todos los hombres. Precisamente, Jesús transfigurado significa amor y salvación.

La simbología de la Transfiguración

Seis días antes del día de la Transfiguración, Jesús les había hablado a sus discípulos acerca de su Pasión, Muerte y Resurrección, pero ellos no habían entendido a qué se refería. Les había dicho, también, que algunos de los apóstoles verían la gloria de Dios antes de morir.

Los discípulos quedarían profundamente desconcertados al presenciar los hechos de la Pasión. Por eso, el Señor condujo a tres de ellos, Pedro, Santiago y Juan, precisamente a los que debían acompañarle en su agonía de Getsemaní, a la cima del monte Tabor para que contemplaran su gloria.

Allí se mostró según palabras de San León Magno, en su Homilía sobre la transfiguración: “en la claridad soberana que quiso fuese visible para estos tres hombres, reflejando lo espiritual de una manera adecuada a la naturaleza humana. Pues, rodeados todavía de la carne mortal, era imposible que pudieran ver ni contemplar aquella inefable e inaccesible visión de la misma divinidad, que está reservada en la vida eterna para los limpios de corazón”.

Indudablemente, el propósito de la transfiguración de Cristo es, en parte, mostrar Su gloria celestial,  para que el algunos de sus discípulos, pudieran tener una mayor comprensión de quien era Jesús. Cristo experimentó un cambio dramático en Su apariencia, con el fin de que los discípulos pudieran percibir Su gloria. Los discípulos, quienes solo lo habían conocido en Su cuerpo humano, ahora tenían una mayor conciencia de la divinidad de Cristo, aunque no podían comprenderla plenamente. Eso les dio la seguridad que necesitaban después de escuchar las terribles noticias de Su inminente muerte.

Simbólicamente, la aparición de Moisés y Elías representaba la Ley y los Profetas. Pero la voz de Dios desde el cielo – “¡A Él oíd!” – muestra claramente que la Ley y los Profetas deben cederle el paso a Jesús. Aquel que es el nuevo camino vivo que reemplaza el antiguo; Él es el cumplimiento de la Ley y las incontables profecías en el Antiguo Testamento.

También, en Su forma glorificada, ellos vieron un atisbo de Su futura glorificación y entronización como Rey de reyes y Señor de señores.

El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque han sido testigos oculares de su majestad. En efecto Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (2 Pdr 1, 16-18)

El misterio de la Transfiguración

En la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae del Papa Juan Pablo II, publicada el 16 de octubre de 2002, fue introducida una nueva serie de misterios al rezo del Rosario (que tenia los Gloriosos, los Dolorosos y los Gozosos): los misterios luminosos, que contemplan la vida pública de Cristo desde el Bautismo a la Pasión,  el cuarto misterio luminoso es la Transfiguración de Nuestro Señor.

El misterio que celebramos no sólo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados (Rom 8, 16-17). Y añade el Apóstol: Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (Rom 8, 18).

 

Fuentes: Aciprensa, Catholic Link, Santo del dia, Wikipedia

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