La Salve, también conocida como Salve Regina, es una de las más populares y conocidas oraciones católicas a la Virgen María, la madre de Jesús.

Como oración se inspira en la intercesión de la Virgen, a quien Cristo desde la cruz encomendara el género humano, según la interpretación de San Juan 19:27

Madonna con il Bambino, pintura de Giovanni de Sassoferrato (siglo XVII)

Madonna con il Bambino, pintura de Giovanni de Sassoferrato (siglo XVII)

Originariamente fue escrita en latín y es una antífona mayor. Una antífona consiste en una melodía generalmente corta y sencilla, de estilo silábico, utilizada como estribillo que se canta antes y después de los versículos de un cántico, himno o salmo, normalmente en latín, en varios servicios religiosos del Oficio y de la Misa.

La Salve se trata de una oración muy antigua: consta por la historia que ya existía en el siglo XI,  todos convienen en que se escribió después de 1067 y antes del 1135; en ella se entrelazan de modo admirable la tristeza del peregrino de este mundo y la esperanza del creyente.

Tanto franceses como españoles o alemanes se han disputado siempre su autoría. Durante algún tiempo fue atribuida a Bernardo de Claraval; ahora se sabe que éste sólo añadió la invocación final: O clemens, o pia / o dulcis, Virgo Maria ); también se ha atribuido al obispo de Compostela Pedro de Mezonzo, al de Le Puy-en-Velay Ademar de Monteil, al monje alemán Hermann von Reichenau, e incluso al obispo legendario de Segovia San Jeroteo.

Los cistercienses, los dominicos y los franciscanos promovieron su uso en diversas circunstancias (en especial en la liturgia de las horas). En 1250 Gregorio IX la aprobó y prescribió que se cantara al final del rezo de las Completas. Los monjes la cantaban antes de dormir y los monjes de la orden de Predicadores la cantaban en procesión con velas encendidas.

Fue una antífona de las fiestas de la Asunción, Purificación, Anunciación y Natividad de la Virgen, las cuatro fiestas más antiguas de María Santísima. Siempre y en todas aparece, por lo menos, como antífona de Laudes, por aludir en los textos primitivos al misterio de la anunciación del Verbo en la hora matutina.

Sobre la divulgación y —la devoción entre los cristianos de esta plegaria baste repetir que fueron los peregrinos quienes más la extendieron. Entraban y salían cantándola en todas las iglesias marianas y, sobre todo, en las catedrales famosas como Chartres, Tolosa y Compostela. La tomarían también los canónigos y monjes como final de sus oficios corales. En las guerras de los albigenses en el sur de Francia, la repetían los dominicos como el mejor antídoto contra las doctrinas disolventes de aquellos. La Orden dominicana acostumbra a despedir a sus hijos e hijas en su partida a la eternidad con esta antífona cantada en la celda mortuoria. El rezo de la Salve en las cruzadas españolas resonó siempre en los campos de batalla. Colón y sus gentes repitieron diariamente la Salve en sus viajes de exploración. Su difusión en todo el mundo católico en nuestros días es bien conocida; es costumbre rezarla especialmente los sábados, y al final del rezo del Rosario.

 

Salve Regina

Salve, Regina, Mater misericordiae.

Vita, dulcedo et spes nostra, salve.

Ad te clamamus exsules filii Hevae.

Ad te suspiramus gementes et flentes in hac lacrimarum valle.

Eia, ergo, advocata nostra, illos tuos misericordes oculos ad nos converte;

et Iesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium ostende.

O clemens, O pia, O dulcis Virgo Maria.

Ora pro nobis, Sancta Dei Genitrix.

Ut digni efficiamur promissionibus Christi.

 

Amen.

Dios te salve, Reina y Madre de Misericordia,

vida, dulzura y esperanza nuestra,

Dios te salve.

A ti clamamos los desterrados hijos de Eva.

A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.

Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos;

y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre.

Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.

Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.

Amén.

 

La Salve es un maravilloso ejemplo de lo que significa una oración esencial. En ella se hace una única petición: et Jesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exsilium, ostende, una traducción literal sería ésta: “y a Jesús, que es el fruto bendito de tu vientre… a nosotros, después de este exilio… muéstranoslo”.

En la oración del Ave María se le pide a la Virgen que ruegue por nosotros “ahora y en la hora de nuestra muerte”. Se tiene la convicción de que María intercede por quien recurre a ella. Y que esa intercesión será especialmente valiosa e intensa en el momento de la muer­te. Que al igual que estuvo presente junto a la Cruz de Jesús en su Pascua, estará presente en todos los “pasos” de la vida de sus hijos e hijas, de las personas que se entregan a ella con amor. En la Salve se da un paso más, en la súplica. Ya no se pide únicamente a María su presencia en el momento de la muerte, sino que “después de este destierro”, nos muestre a Jesús, “fruto bendito de su vientre”. Aquí se expresa que hay una continuidad entre el tiempo y la eternidad. Esperamos que exista esa continuidad. Y que la muerte no interrumpa las relaciones, sino que las potencie.

En la Salve Regina María el cielo se hace más familiar, más cercano. El creyente desea que en el cielo siga ejerciendo la función que ella ha ejercido en su experiencia.

No quisiéramos un cielo totalmente desconectado de la tierra. Quisiéramos que aquello que nos anticipa el cielo en la tierra, sea prolongado en el cielo. No quisiéramos que el cielo fuera un borrón y cuenta nueva. Si María nos ha mostrado a Jesús aquí abajo, que nos lo muestre también allá arriba, en el cielo. La devoción amorosa a María es un grito de resurrección, un clamor de ascensión y glorificación.

 

Fuentes: Aciprensa, Catholic Link, Rincondelafe.com, Wikipedia

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