La Poesía Sacra posiblemente comience con los Salmos, aunque éstos lleguen a nosotros sin rima, perdido su idioma original, y sin música, pues no tenemos a San David para que nos los interprete.
Desconozco la Poesía Sacra en otros idiomas, pero intuyo que la del español castellano debe ser una de las de más hondo valor espiritual en la Historia.
Santa Teresa de Jesús, la santa de Ávila
¿Qué necesito en estos tiempos tan trágicos? Quizás encuentren la respuesta en estos versos de Santa Teresa:
Nada te turbe, nada te espante
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda
La paciencia
Todo lo alcanza;
Quien a Dios tiene
Nada le falta:
Sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
Nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
Nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
Todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
Bondad inmensa;
pero no hay amor fino
Sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
Todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
Quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
Nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
Sólo Dios basta.
Los que sacrifican su vida para el buen ejemplo
Persona del mundo como yo, ¿nunca te preguntaste por qué curas y monjas dejan su vida en el mundo para muchas veces enclaustrarse, hacer votos de pobreza, obediencia y castidad, no vivir el consumismo, el lujo, la vanagloria, no aspirar a la riqueza, no poder usar los vestidos que todos se compran, soportar muchas veces las burlas e incluso correr el riesgo de ser martirizados? ¿Qué les llevará a esto, qué ven ellos que nosotros no? Aquí Santa Teresa, desposada con el Amor Puro, intenta explicárnoslo, aunque es un grado de fe y de sublimidad que pocos corazones alcanzan; y no escuchen si no van a entenderlo, que Dios es de este amor prisionero, porque tendrían que entender el amor de Dios por la Virtud, como con su Madre, la Siempre Virgen María. Pedir morir, no tanto por escapar del dolor, si no por encontrar el Amor.
Vivo sin vivir en mi
Vivo Sin vivir en mí,
y tan alta Vida espero,
que muero porque no muero.
Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí.
Cuando el corazón le di puse en él este letrero:
que muero porque no muero.
Esta divina prisión
del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
Y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.
¡ Ay, qué larga es esta vida!
¡Que duros estos destierros!
Esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida.
Solo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.
¡Ay, qué vida tan amarga
do no se goza el Señor!
Porque si es dulce el amor,
no lo es la esperanza larga;
quíteme Dios esta carga,
más pesada que el acero,
que muero Porque no muero.
Solo con la confianza
vivo de que he de morir,
porque muriendo el vivir
me asegura mi esperanza;
muerte do el vivir se alcanza,
no te tardes, que te espero,
que muero Porque no muero.
Mira que el amor es fuerte;
vida, no me seas molesta,
mira que solo te resta,
para ganarte, perderte;
venga ya la dulce muerte,
el morir venga ligero,
que muero Porque no muero.
Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva;
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.
Vida, ¿qué puedo yo darte
A mi Dios, que vive en mí,
si no es el perderte a ti
para merecer ganarte?
Quiero muriendo alcanzarte,
pues tanto a mi Amado quiero,
que muero porque no muero.
Jesús te amó hasta la cruz, que tu amor sea sin interés también
Pero si te toca sufrir, o te toca morir o a los tuyos, pensá que Dios lo hizo primero por todos nosotros.
Hay una poesía que nos enseña como amar.
El anónimo Soneto a Cristo crucificado, más conocido por su primer verso “No me mueve, mi Dios, para quererte”, es anónimo, pero atribuido a diferentes místicos, y es una de las joyas de la poesía sacra en lengua española. Podría considerarse de lo mejor de la poesía en español.
Aunque su autor permanece desconocido, se atribuye tanto al doctor de la Iglesia san Juan de Ávila, al agustino Miguel de Guevara y a Santa Teresa de Jesús, entre otras teorías.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el Cielo que me tienes prometido
ni me mueve el Infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor. Múeveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas, y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que, aunque no hubiera Cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera Infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Y si tu amor es de verdad desinteresado, difundí esta poesía, para que se convierta en oración como el Padre Nuestro; que haya una oración del Hijo, y sea ésta.
Y si así lo hicieras, caiga esta vieja bendición irlandesa sobre tú y los tuyos:
Bendición irlandesa
Que los caminos se abran a tu encuentro,
que el sol brille sobre tu rostro,
que la lluvia caiga suave sobre tus campos,
que el viento sople siempre a tu espalda.
Que guardes en tu corazón con gratitud
el recuerdo precioso
de las cosas buenas de la vida.
Que todo don de Dios crezca en ti
y te ayude a llevar la alegría
a los corazones de cuantos amas.
Que tus ojos reflejen un brillo de amistad,
gracioso y generoso como el sol,
que sale entre las nubes
y calienta el mar tranquilo.
Que la fuerza de Dios te mantenga firme,
que los ojos de Dios te miren,
que los oídos de Dios te oigan,
que la Palabra de Dios te hable,
que la mano de Dios te proteja,
y que, hasta que volvamos a encontrarnos,
otro te tenga, y nos tenga a todos,
en la palma de su mano.
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