Pietro Ubaldi (18 de agosto de 1886 en Foligno, Italia – 29 de febrero de 1972 en São Vicente, Brasil) fue un autor, maestro y filósofo italiano. Fue nominado cinco veces al Premio Nobel de Literatura.

Pietro Ubaldi
Del libro Profecías de Pietro Ubaldi:
Con seguridad, en nuestro tiempo la ciencia consiguió conquistas inauditas. El automóvil, la radio, la televisión, el dominio del aire, el descubrimiento de la energía atómica, y hasta la previsión de una posibilidad de explotaciones interplanetarias, representan así una conquista sobre las fuerzas de la naturaleza, que no se puede imaginar más hasta donde pueda llegar el hombre. Hay muchos elementos materiales para sostener modos de vida absolutamente nuevos, en un tipo de civilización de formas hoy increíbles. Los elementos-base para una transformación radical de conceptos y hábitos, ya están en práctica. Los fundamentos científicos y prácticos de una nueva civilización ya fueron lanzados con un entusiasmo sin precedentes, en la conquista del tiempo y del espacio, los dos grandes obstáculos al libre movimiento del hombre. Con seguridad, estas conquistas materiales reaccionarán, también, sobre el estado psíquico y espiritual de la humanidad, ayudándola a evolucionar. Pero, infelizmente ese aumento de poderes es una arma de dos filos, porque, si no fuera acompañado por un desarrollo paralelo de conciencia, en el terreno moral, puede representar un nuevo poder inmenso de destrucción colocado en las manos de un inconsciente que, en su inexperiencia, no se sabe que uso pueda de eso hacer. Con el descubrimiento de la energía atómica, el hombre no se dio cuenta, aún, de donde puso las manos, o sea, de haber penetrado tan próximo a la sustancia de las cosas, tanto que se ha apoderado de la técnica de la creación. Así sus poderes crecieron sin medida, y si él puede dar ventajas proporcionales para su bien (o quizás “ellos pueden dar ventajas proporcionadas para su bien”) , puede también sufrir daño, para su mal. Y es tan grande el nuevo poder, que le puede escapar de las manos inexpertas, sin que le sea posible más controlarlo, después. Y que decir, cuando se sabe que ese poder no está, hoy, en las manos de los sabios, sino de gobernantes que, por su propia posición, están enredados en las tristes artes de la política? Qué decir, cuando se sabe que ese poder está a merced del egoísmo, del odio, del interés, del desencadenar de las más bajas pasiones? Qué garantía de sabiduría pueden tener, a ese respeto, gobernantes que solo llegaron al poder suprimiendo los propios rivales y manteniéndolo con el terror? Si esa es la psicología de los señores de esas fuerzas, pesa verdaderamente sobre el mundo una espada de Damocles, suspendida por un cabello. Si ese cabello revienta, es la guerra.
Y la guerra de hoy tiene las siguientes características:
1.º, amenaza todos, incluso los civiles. Es pues, también, guerra de nervios, es peligro y terror para todos;
2.º, mueren todos, indistintamente, incluso los inermes, en una hecatombe común;
3.º, es guerra en tres dimensiones;
4.º, es guerra de todos los pueblos, porque incluso los lejanos no-beligerantes se resienten y salen de ella con algún daño o sufrimiento;
5.º, es guerra de exterminio total, de aniquilamiento, sin escapatoria, en extensiones vastísimas.
Si revienta el cabello de la espada, ella caerá en la cabeza de la humanidad. Esas condiciones son tan catastróficamente amenazadoras, que jamás se han verificado en la historia del mundo. ¿No serán estas las señales indicadoras de la plenitud de los tiempos, como dicen las profecías? Pero, ellas también dicen otra cosa:
“Ora, cuando estas cosas comiencen a suceder, mira para el alto y levanten vuestras cabezas, porque vuestra redención está próxima(…). Cuando veáis suceder estas cosas, sabed que el Reino de Dios está próximo”. (Luc. XXI, 28 y 31).
Esas señales preanunciadoras de acontecimientos asombrosos anuncian, entonces, también otra cosa, o sea, la plenitud de los tiempos, también en el sentido de que debe llegar a la Tierra el Reino de Dios, es decir, se debe realizar el nuevo modo de vivir, el tipo de la civilización del tercer milenio. Estamos, por lo tanto, verdaderamente en la época extraordinaria de la cual hablan las profecías y que culmina en una transformación radical del mundo. Pero, aún hay otro hecho indicador, otra señal de los tiempos: es la caída de los misterios. Estos, a los pocos, son todos explicados y aclarados por la ciencia. Entonces podremos repetir las palabras de S. Paulo en la Epístola a los Hebreos (X: 26, 27 y 31):
“Si pecamos, voluntariamente, después de tener conocimiento de la verdad, no hay más sacrificio por los pecados, pero una asombrosa expectativa del juicio (…). Es cosa espantosa caer en las manos del Dios vivo”.
Cuando todo esté aclarado y evidente, quien no quiera aceptar las verdades del espíritu y obedecer a la Ley, no podrá más tener misericordia, porque no la merece. Podrán cambiar y ser inciertos los pormenores de las previsiones políticas, pero lo correcto es que el pueblo, grupo o institución, que haya pecado, tendrá que pagar. Esta es la ley correcta. Cada uno podrá deleitarse en hacer examen de conciencia de otros, antes que de sí mismo. La ley permanece siendo la misma. Es inútil tener poder terreno, si hay injusticia en el espíritu. Ese poder no podrá defendernos y se derrumbará delante de la Ley que quiere justicia. Así concluye el Apocalipsis, en el cap. XVIII:
“Ay, ay de la gran ciudad, Babilonia, la ciudad fuerte! En un momento llegó tu juício! (…). En un momento, su magnificencia quedó reducida a un desierto! Alegráos sobre ella, los cielos, y vosotros santos y apóstoles y profetas, porque Dios os hizo justicia, con Su condena!”
Paralela a esa ruina del mal, corresponde el triunfo en los cielos (Ap., XIX). La ruina en la Tierra fue completa. La voz de una multitud inmensa se eleva gritando:
“(…) AleluYah! El Señor hizo justicia (…). Alabad nuestro Dios!(…) porque el Señor Dios comenzó a reinar”.
Original en portugués:
Sem dúvida, em nosso tempo a ciência conseguiu conquistas inauditas. O automóvel, o radio, a televisão, o domínio do ar, a descoberta da energia atômica, e até a previsão de uma possibilidade de explorações interplanetárias, representam uma tal conquista sobre as forças da natureza, que não se pode imaginar mais até onde possa chegar o homem. Há muitos elementos materiais para sustentar modos de vida absolutamente novos, num tipo de civilização de formas hoje incríveis. Os elementos–base para uma transformação radical de conceitos e hábitos, já estão em prática. Os fundamentos científicos e práticos de uma nova civilização já foram lançados com um entusiasmo sem precedentes, na conquista do tempo e do espaço, os dois grandes obstáculos ao livre movimento do homem. Sem dúvida, estas conquistas materiais reagirão, também, sobre o estado psíquico e espiritual da humanidade, ajudando–a a evolver.
Mas, infelizmente esse aumento de poderes é uma arma de dois gumes, porque, se não for acompanhado por um desenvolvimento paralelo de consciência, no terreno moral, pode representar um novo poder imenso de destruição colocado nas mãos de um inconsciente que, em sua inexperiência, não se sabe que uso possa disso fazer. Com a descoberta da energia atômica, o homem não se deu conta, ainda, de onde pôs as mãos, ou seja, de haver penetrado tão próximo à substância das coisas, tanto que se apossou da técnica da criação. Assim seus poderes cresceram sem medida, e se ele pode tirar vantagens proporcionais para seu bem, pode também sofrer dano, para seu mal.
E é tão grande o novo poder, que lhe pode escapar das mãos inexperientes, sem que lhe seja possível mais controlá–lo, depois. E que dizer, quando se sabe que esse poder não está, hoje, nas mãos dos sábios, mas de governantes que, por sua própria posição, estão enredados nas tristes artes da política? Que dizer, quando se sabe que esse poder está à mercê do egoísmo, do ódio, do interesse, do desencadear das mais baixas paixões? Que garantia de sabedoria podem ter, a esse respeito, governantes que só chegaram ao poder suprimindo os próprios rivais e mantendo–o com o terror? Se essa é a psicologia dos senhores dessas forças, pesa verdadeiramente sobre o mundo uma espada de Dâmocles, suspensa por um cabelo.
Se esse cabelo arrebenta, é a guerra. E a guerra de hoje tem as seguintes características: 1.º, ameaça todos, mesmo os civis. É pois, também, guerra de nervos, é perigo e terror para todos; 2.º, morrem todos, indistintamente, mesmo os inermes, numa hecatombe comum; 3.º, é guerra em três dimensões; 4.º, é guerra de todos os povos, porque mesmo os longínquos não–beligerantes se ressentem e saem dela com algum dano ou sofrimento; 5.º, é guerra de extermínio total, de aniquilamento, sem escapatória, em extensões vastíssimas.
Se arrebenta o cabelo da espada, ela cairá na cabeça da humanidade.
Essas condições são tão catastroficamente ameaçadoras, que jamais se verificariam na história do mundo. Não serão estes os sinais indicadores da plenitude dos tempos, como dizem as profecias? Mas, elas também dizem outra coisa: “Ora, quando estas coisas começarem a acontecer, olhai para o alto e levantai vossas cabeças, porque vossa redenção está próxima(…). Quando virdes acontecer estas coisas, sabei que o Reino de Deus está próximo”. (Luc. XXI, 28 e 31). Esses sinais prenunciadores de acontecimentos espantosos anunciam, então, também outra coisa, ou seja, a plenitude dos tempos, também no sentido de que deve chegar à Terra o Reino de Deus, isto é, se deva realizar o novo modo de viver, o tipo da civilização do terceiro milênio. Estamos, portanto, verdadeiramente na época extraordinária da qual falam as profecias e que culmina numa transformação radical do mundo.
Mas, ainda há outro fato indicador, outro sinal dos tempos: é a queda dos mistérios. Estes, aos poucos, são todos explicados e aclarados pela ciência.
Então poderemos repetir as palavras de S. Paulo na Epístola aos Hebreus (X: 26, 27 e 31): “Se pecamos, voluntariamente, após ter conhecimento da verdade, não há mais sacrifício pelos pecados, mas uma espantosa expectativa do juízo(…). É coisa espantosa cair nas mãos do Deus vivo”. Quando tudo estiver esclarecido e evidente, quem não quiser aceitar as verdades do espírito e obedecer à Lei, não poderá mais achar misericórdia, porque não a merece.
Poderão mudar e ser incertos os pormenores das previsões políticas, mas o certo é que o povo, grupo ou instituição, que tiver pecado, terá que pagar.
Esta é a lei certa. Cada um poderá deleitar–se em fazer exame de consciência de outrem, antes que de si mesmo. A lei permanece a mesma. E inútil ter poder terreno, se há injustiça no espírito. Esse poder não poderá defender–nos e ruirá diante da Lei que quer justiça. Assim conclui o Apocalipse, no cap. XVIII: “Ai, ai da grande cidade, Babilônia, a cidade forte! Num momento chegou o teu juízo! (…). Num momento, sua magnificência ficou reduzida a um deserto!
Alegrai–vos sobre ela, ó céus, e vós santos e apóstolos e profetas, porque Deus vos fez justiça, com Sua condenação!”
Paralela a essa ruína do mal, corresponde o triunfo nos céus (Ap., XIX).
A ruína na Terra foi completa. A voz de uma multidão imensa se eleva gritando: “(…) Aleluia! O Senhor fez justiça (…). Louvai nosso Deus!(…) porque o Senhor Deus começou a reinar”. Chegamos ao epílogo, que é a vitória de Cristo. Satanás é acorrentado. Pode finalmente realizar–se na Terra o anunciado Reino de Deus. Tudo isto é de uma lógica constringente.
Fuentes: Profecías de Pietro Ubaldi, traductores de Internet como Opentrad, DeepL, sitios de fotos gratis, Wikipedia
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.